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Fuente: Periódico Síntesis 11.01.2016 |
Cuando
cursaba la carrera de Ciencias de la Comunicación tuve que leer cientos de
estudios sobre la influencia de la televisión en los niños. Estudiosos de todos
los países se aferraban en conocer en qué medida los contenidos de la
televisión influían en el comportamiento de los niños, si afectaban la
inteligencia, el desarrollo, etc. Ríos y ríos de investigaciones se escribieron
al respecto.
De pronto,
fueron apareciendo los juegos electrónicos, las computadoras y los teléfonos
celulares. Una combinación de muestra de estatus, inteligencia y novedad se
apoderó de todos. Se creía que si los niños sabían manejar con soltura estos
aparatos, con el tiempo serían también los más inteligentes, los que sacarían
mejores notas en el colegio porque tenían “otras habilidades”, aquellas
habilidades que los mismos padres no tenían. “Mira, cuando tengo un problema con el teléfono, mi hijo de siete años
me ayuda, porque yo no doy una...” decían orgullosos. Otros iban más allá:
“Este niño será un genio, mira qué bien
maneja la computadora”. Entonces, que los niños dedicaran tiempo a manejar
estos aparatos y que aprendieran a usarlos con soltura, era algo que había que
ser fomentado.
Así, silenciosamente
estas herramientas fueron ganando terreno y pasaron a ser el centro de atención
de las investigaciones. Y aunque los protagonistas han cambiado, algunos temas
siguen siendo los mismos: la influencia de los contenidos, cuántas horas son
las adecuadas, si se puede aprender por los diversos medios, si afectan el
desarrollo, la inteligencia, etc.
Sin
embargo, a diferencia de la televisión, un terreno nuevo y confuso es sin duda
la dinámica “realidad vs virtualidad” que se vive en la red por medio de estos
instrumentos y su papel en cuanto al desarrollo de habilidades sociales se
trata. Unos se decantan por asegurar que los dispositivos electrónicos hacen
que el niño desarrolle una habilidad social virtual. Otros opinan que esta
habilidad social no es tal y que el prolongado uso de estas herramientas evita la
sociabilidad o contacto social real, lo cual resulta en detrimento de sus
habilidades sociales reales, que al final del día son las que más importan.
Lo cierto
del asunto es que en el pasado, el papel de la televisión era muy claro:
entretener. El control era mucho más sencillo. Con una vuelta que se dieran los
padres por el espacio en donde se encontraba la televisión, era fácil saber qué
estaban viendo; o sólo con escuchar desde lejos, podían controlar la exposición.
Era un objeto, situado en un lugar determinado cuya finalidad era entretener.
Hoy en día el control se vuelve mucho más complicado y extenuante para los
padres con tantos dispositivos portátiles disponibles, poseedores de múltiples
funciones y en constante desarrollo. Así, los niños pueden usar el teléfono celular
y jugar, escuchar música, traducir, buscar una definición, etc. Si están en la
computadora “estudiando” o buscando información, pueden cambiar de pantalla o
usar los audífonos para evitar que los padres sepan qué están escuchando. Y si
tienen “tableta” y se las exigen en el colegio, los padres tienen la idea de
que los niños están estudiando cuando en realidad el aparato está lleno de
juegos y distracciones. Y si se cuenta día y noche con acceso a Internet en la
casa, el problema se vuelve mucho más complejo; ya sin mencionar que si quien
maneja mejor todo lo relacionado con los dispositivos, la red y la conectividad,
son los hijos y no los padres, nos encontramos frente a un verdadero aprieto.
Ante este
dilema lo mejor es educar a los niños en la confianza, la responsabilidad y el
autocontrol haciéndolos partícipes de su propio desarrollo. Sólo así podremos
salir airosos de tal atolladero.